NAUCALPAN.- Creo que aún y todavía muchos vecinos y amigos de la época, no olvidamos aquellas historias y platicas nocturnas de miedo y espanto.
De ésta y otras generaciones que aquí en el legendario San Bartolo habitamos, no podemos despreciar esas notables leyendas que francamente nos atrapaban todas las noches.
Sin duda, dentro de las comunidades y barrios cercanos, La Colonia “El Conde” llegó a alcanzar entre sus mitos, la más extraordinaria narrativa de aquellos tiempos de frailes, vampiros, brujas y hasta “La Llorona”.
Quizá, el río y su puente originalmente de madera para atravesar de un lado a otro del lugar, ya daba escalofríos a cada hora y de sobre manera, precisamente en las noches.
Del señor Conde, todos comentaban y aportaban algo posiblemente verídico y en ocasiones, relataban episodios de ficción o quiméricos que sonaban creíbles.
En un complejo arqueológico descubierto entre 1907 y 1908 por Manuel Gamio, refiere una enmarañada historia, la cual al explorar diversos montículos en las antiguas llanuras de Naucalpan, encontró que uno de ellos, en cuya cima un señor llamado Manuel Conde hubo construido su residencia, ocultaba una pirámide, la hoy llamada Pirámide del Conde.
Esta pequeña cimentación que, aun cuando mezclada con otras culturas, está considerada de origen Chichimeca.
Su meseta superior mide 2, 242 metros cuadrados más o menos, que invita al mundo cósmico y también real.
La Pirámide del Conde se encuentra localizada casi en el corazón territorial de Naucalpan. En sentido de sur a norte, a la izquierda y muy cerca del boulevard Manuel Ávila Camacho (carretera México-Querétaro), y próxima a la Avenida Primero de Mayo, por un lado, y las instalaciones de la Unidad Cuauhtémoc del Seguro Social.
La estructura está limitada: al norte, por la calle de Ozumba; al sur la de Amecameca; al oriente por la de Chalco, y al poniente por la de Texcoco.
Empero no obstante, la mutación de un mundo de ficción al real, claro que dejó sinnúmero de hechos imborrables en cada crónica que nadie desmentía.
Los retos de niños y jóvenes presumían de enfrentar “los miedos” que provocan esas historietas y/o leyendas en igual, el universo de los fantasmas y las almas en pena.
Salidas diversas epopeyas del propio panteón de San Andrés Atoto enclavado en uno de los extremos de la colonia, según “espíritus del más allá”, emergieron temidos monstruos, vampiros, brujas y hasta nahuales que no nos gustaría encontrar en algún paraje solitario en medio de la noche en esta zona.
Cientos pues, fueron los acontecimientos, ideas macabras que presumiblemente sucedían en sus entornos y en la periferia que, del mismo modo tenían en grave pánico a mujeres que a altas horas de la madrugada acudían a formarse a la Lechería Conasupo Liconsa en las calles de Venustiano Carranza y Abasolo en el centro de Naucalpan.
Cuántas fábulas coincidentes de féminas y hombres, de gritos escandalosos tan aterradores, como increíbles, acompañados de una figura cubierta de una sábana blanca caminado por encima de las aguas putrefactas del río.
Por otra parte y en el contexto social, la convivencia vecinal; el nostálgico equipo de Fútbol de “Los Tiburones Rojos del Veracruz”, La Escuela Primaria, Ángel María Garibay o Enrique Jacob Gutiérrez, Los Campos de la Bomba de Agua y La otrora “Cascada” de la familia Jacob cercana al hogar de la familia Mejía, los grandes cuentos de miedo se convertían en nuestra más grande pesadilla.
En el Conde, no era raro que de tiempo atrás presuntamente vivían hechiceros, lectores de mano, santeros y seres que realizaban limpias e incluso, personas con ambición desmedida que utilizaban objetos mágicos en sus ceremonias y rituales.
Pocas veces, en las tardes-noches incursionábamos sin miedo a la colonia por el negro antecedente, en contraparte del temor a los vivos y el respeto a sus residentes que en verdad no se dejaban.
En suma, entre el mundo de la ficción y la realidad, la comunidad del Conde muestra el rostro poco conocido y en sus entrañas da testimonio de aquel Naucalpan que prácticamente “nos robaron”.
Un Naucalpan, rico en costumbres, tradiciones y mitos, poseedor de una cultura milenaria que en la evolución, no cambia y sigue asentando un genuino testimonio que se desconoce.
Asentamientos naturales como el San Bartolo, La Ahuizotla, Los Remedios, San Juan Totoltepec y sus centros de reunión o de abasto, nos permiten sostener ese arraigo e identidad que tenemos.
Así pues, no podemos dejar pasar sitios, lugares, áreas, perímetros ahora urbanos que nos conducen al pasado, llenos de gloria, amor y pasión por estas tierras.
Colaboración especial Mario Ruiz Hernández
FUENTE: Vallemex Noticias