Rabia y dolor en casa de los Ocaña

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CDMX.- Octavio Pérez se mueve muy rápido. Entra y sale de la cocina de su hija Bertha, una de las hermanas gemelas del fallecido actor Octavio Pérez Ocaña. Es incapaz de aguantar un minuto en silencio sin ahogarse. La rabia le quema por dentro. Esa sensación es la única que lo ha mantenido de pie siete días. Y mientras el resto de su familia avanza lento, a ritmo de ansiolítico y lágrimas, él no se detiene. Después de que viera el pasado 29 de octubre en su celular las imágenes de su hijo moribundo en su camioneta, moviendo todavía la mano con un balazo en el cráneo, de que tomara un coche de madrugada desde la otra punta del país y un vuelo para llegar a encontrarse con él; de que cada día salga un vídeo nuevo humillando al más pequeño de todos, traga saliva y dispara furia como una metralleta. La última vez que se despidió de él, tiró un puño de tierra sobre su ataúd y le hizo una promesa: “Voy a vengar tu muerte, hijo. Así me cueste la vida”.

El abogado de la familia, Rafael Vargas, trata de calmarlo. Le hace gestos con las manos para que desacelere las ganas que tiene de incendiarlo todo. ¿Pero cómo se le pide a un padre que se calme cuando acaba de enterrar a su hijo? En un ambiente tenso con las autoridades —a las que ha insultado ante cualquier micrófono, desde el último policía hasta al mismísimo Estado— el abogado necesita más diplomacia de la que la casa de los Ocaña se puede permitir.

Hace exactamente una semana que Octavio no está. Que salió de su casa en Cuautitlán Izcalli (Estado de México) para recoger a dos amigos, un sastre y un mecánico, y salir hacia Villa del Carbón a una comida. En el trayecto, unos policías municipales les dieron el alto. Ellos no se detuvieron. La Jeep de Octavio salía disparada por las calles del Estado de México con una patrulla pisándole los talones. Las imágenes de la persecución corrieron en los celulares de todo el país unas horas más tarde. También, las capturas de uno de los agentes sentado en la ventanilla del vehículo apuntando a la camioneta de Octavio con un arma.

Lo que sucedió después sigue siendo un misterio. México asistió atónito a una versión oficial e inverosímil de la muerte del conocido actor, niño estrella de Televisa, a quien muchos se siguen refiriendo por su personaje en el programa Vecinos de 2005, Benito Rivers. Y las dudas que generó en la opinión pública la primera reconstrucción policial de lo sucedido evidencian las grietas de un sistema de justicia tocado por una impunidad rampante —el 97% de los delitos en este Estado no se resuelve—.

La presión mediática apretó a la Fiscalía a ofrecer respuestas a las imágenes macabras. Un joven ensangrentado en el asiento del piloto de la camioneta, chocada contra un muro de una autopista federal, agonizando con una bala en la cabeza. Sus amigos y acompañantes boca abajo en el suelo, esposados. Mientras todo esto sucedía, los videos grabados presuntamente por los mismos agentes que lo alcanzaron, mostraban además la parte inhumana de la violencia que azota al país. Unos policías entraban y salían del vehículo de Octavio mientras él se debatía entre la vida y la muerte, impasibles, como si ahí dentro no hubiera un joven a punto de morir. Cuando después llegó un paramédico con un botiquín, ya era tarde.

La conclusión oficial —que él mismo se disparó— no convenció a mucha gente, incluida su familia, que ha agitado las redes y los programas de televisión estos días. Desde ese viernes, las hipótesis se multiplicaron. Y cada ciudadano se convirtió en un perito, criminalista y abogado defensor de unos y de otros con las imágenes de las cámaras de seguridad y de los móviles en la mano. El caso de Octavio se ha convertido en un espejo de la credibilidad del país hacia las fuerzas de seguridad, donde la policía municipal es, después de los agentes de tránsito, la peor valorada, la más corrupta y poco confiable, según la última encuesta de percepción de confianza del Instituto Nacional de Estadística.

El informe de la Fiscalía señaló que el actor huyó de una patrulla municipal que le ordenó que parara el vehículo y, como traía un arma —la ley mexicana permite la portación de algunas armas cortas para defensa propia—, esta se disparó en marcha, o se le disparó cuando chocó contra el muro de contención atravesándole la bala el lado derecho del cráneo. El calibre del arma encontrada en la camioneta coincidía con el de la bala que lo mató, según el primer dictamen pericial.

“Ese cuento no se lo traga nadie. Y voy a hacer todo lo que sea posible para llegar hasta el final y lo voy a lograr, aunque sea con mis propios medios”, señala Pérez enojado. Antes de que se conocieran los detalles del primer avance técnico de la Fiscalía, él ya estaba convencido de que a su Tavo lo habían matado. “Al principio, cuando me enteré, me valía gorro cómo había sido. Yo solo quería verlo. Pero luego me topo con todo esto… Y viene la rabia”, añade. “No es ningún secreto que la policía de acá son delincuentes disfrazados, son rateros, son asesinos…”, el abogado le pide de nuevo que modere sus palabras. Pero Pérez insiste: “Mi hijo no se paró porque hace dos años se detuvo y le sacaron 15.000 pesos [unos 740 dólares], la misma policía de Izcalli. Así de fácil. Mi hijo no se iba a volver a parar para que lo robaran. ¿Y por eso lo mataron?”.

Se han reunido todos, incluidos los dos abogados, en la casa de Bertha. Todos asienten al escuchar las palabras de uno de ellos, Vargas, que desgrana algunos de los cabos sueltos de la investigación de la Fiscalía. “Tanto él, como los otros dos acompañantes, salen negativo en el test de rodizonato de sodio, que es la prueba científica más fiable para saber si alguien disparó un arma. ¿Cómo pueden presentar ese resultado y a la vez concluir que él se disparó? Encontramos muchas incongruencias”.

El abogado cuestiona además la propia persecución: “Octavio no había cometido ningún delito en flagrancia y la sospecha de que lo fuera a cometer, la única excepción para que lo persiguieran de esa forma, no la han justificado. Nos lleva a pensar que lo persiguieron sin ningún motivo”. La Fiscalía se ha acercado estos días a la familia y ha abierto otras carpetas de investigación por posibles actos de corrupción de los agentes, además de la que se encuentra en marcha sobre el homicidio del joven.

La madre de Octavio, Ana Lucía Ocaña, observa muda la escena. No puede ni quiere hablar de lo que vive en la casa de su hija estos días. Ella y su marido viven en Tabasco, donde sepultaron al joven el lunes pasado y ahora duermen todos en la casa de su hija mientras el caso avanza. Ana Lucía, gemela de Bertha, vive en Veracruz. Y Bertha y Octavio eran los únicos que habían decidido quedarse entre la Ciudad de México y el Estado de México, pegado a la capital.

“Nosotros estábamos muy unidos. Éramos los únicos que vivíamos acá en la ciudad y nos cuidábamos mucho. Era mi bebé”, cuenta su hermana con las lágrimas saliéndole de los ojos como un grifo roto. Como Octavio no se había casado todavía con Nerea Godínez, su actual pareja, fue la única familiar que tuvo que ver el cuerpo desnudo sin vida de su hermano sobre la fría plancha del forense. Decir que ese joven acribillado era Tavo y tratar de no derrumbarse durante más de 12 horas en las oficinas del Ministerio Público. En medio de la polémica por su misteriosa muerte, se han difundido cruelmente esas imágenes de su cadáver.

La primera en enterarse la tarde del viernes 29 de octubre de lo que había sucedido fue Godínez. Octavio le había pedido matrimonio hacía unos meses y estaban organizando una boda “a lo grande” para diciembre del año que viene. Esa tarde, en vísperas del puente del Día de Muertos, Godínez volvía a su casa con su hijo de cuatro años cuando del otro lado de la autopista vio estrellada la camioneta de su pareja.

“Cuando vi la Jeep no me lo podía creer. Sabía que era la nuestra, la reconocí por los rines [llantas]. Aunque solo la vi chocada y ahí no había ya nadie. Yo iba por el otro carril, en sentido contrario. Lo primero que hice fue llamar a mi abogado”, cuenta Godínez. Los dos corrieron a la Fiscalía. Durante horas creyeron que habían tenido un accidente. Nunca se imaginó que el muerto era su prometido.

Así fue cómo la familia se enteró de todo. Ninguna autoridad los llamó. Una peregrinación de dependencia en dependencia hasta que por fin dieron con el cuerpo. Terminaron a las 10 de la mañana del día siguiente agotados. Pero la pesadilla acababa de comenzar.

“Cuando escuché que la Fiscalía aseguraba que él se había disparado no lo podía creer. Yo lo conozco bien, sé que él jamás, jamás, hubiera hecho algo así. Y no me lo imagino manejando con una pistola en la mano”, cuenta Godínez. Ella tiene un negocio de alimento para reptiles, que heredó de sus padres biólogos. Y la pareja tenían a dos escoltas desde hace un año que hacen las veces de chóferes, que incluso se encargan de recoger al niño de Godínez de la escuela. Ese día no viajaban con Octavio.

Aunque el tema del arma es polémico y el abogado prefiere esquivarlo, la familia reconoce que él tenía permiso para poseer una. Lo que se guardan para la investigación y el juicio es si la que se encontró en el vehículo era la suya o la policía la pudo haber “sembrado”, insinúa su padre. Una práctica policial probada en muchos casos en México. Esa prueba clave la utilizarán para la revisión del caso que les han prometido las autoridades.

La gran incógnita estos días es el testimonio de los dos acompañantes de Octavio. El mecánico y el sastre que iban con él a la comida en Villa del Carbón. Los dos permanecieron detenidos 48 horas. Y la familia, que habló con ellos tras su liberación, asegura que fueron torturados para que confirmaran la versión oficial. Estos días se encuentran escondidos, saben que su declaración será fundamental.

Pérez no ha dormido desde aquella llamada de teléfono. La rabia le permite moverse, articular palabra, contar una y otra vez lo que sabe sobre la muerte de su hijo menor. “Sé que un día me voy a quebrar. Pero será cuando logre justicia”, advierte. Vive pegado a su celular, al que le llegan de vez en cuando mensajes de aliento y otros con vídeos bochornosos de su hijo consumiendo drogas, disparando un arma al aire. “¿Sabe qué? Sé que eso lo hacen para desprestigiar lo que él era. Me resbalan. Nada de eso fue ahora, todos lo hicimos de chavos y no por esas cosas se merecía morir”, cuenta.

Y se pone muy serio: “Esto es el pan de cada día de todos los padres que pierden a un hijo así en este país. Y gracias a Dios el mío apareció embarrado en la carretera. Hay otros que no saben, que se lo llevaron los policías y se lo entregaron a unos delincuentes y ya no aparecen. Yo tuve la fortuna de que por lo menos apareciera su cuerpo”.

Vía ELENA REINA – El Pais.

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