Yo nunca había rogado por comida; integrante del Grupo Scouts 88 de Naucalpan

Jóvenes trabajan a marchas forzadas para sacar escombro de las casas destruidas por el temblor, en la colonia Emiliano Zapata de Jojutla. Foto: Óscar Mireles
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CUERNAVACA.- Paola González sólo conocía Cuernavaca, y de Cuernavaca, su casa de fin de semana, donde organiza fiestas y se broncea los brazos. Hasta antes del 19 de septiembre no sabía lo que era pedir comida en las calles ni ensuciarse en el trabajo. Lo resume con una frase : «Yo nunca había recogido cascajo ni rogado por comida».

Paola, 23 años, integrante del Grupo Scouts 88 de Naucalpan, estudiante de Diseño Industrial en la UVM, llegó ayer a Jojutla, un poblado destruido por el sismo de 7.2 grados de hace cuatro días. Con su clan de scouts repartió despensas, se puso un casco minero y comenzó a remover entre los escombros del sismo que aquí dejó al menos 16 muertos y 100 casas colapsadas.

«Lo hago por empatía», dijo.

Cientos de jóvenes como ella, de 17, 18, 19, 22, 23 años, cruzan continuamente. Llevan cubrebocas, palas y picos. Vienen de la UVM, de la Ibero, de la UNAM, del IPN, de la BUAP, de la UAM o de la Universidad Anáhuac. Jovencísimos que se escapan no al Tepozteco sino a ayudar.

Quizás ningún visitante recuerda cómo era Jojutla antes del temblor porque nadie lo habrá conocido. La última vez que este municipio de 60 mil habitantes fue noticia fue en marzo de 2017 cuando se descubrieron tres fosas irregulares donde se enterraron más de medio centenar de cuerpos casi de manera clandestina.

Eso ignora también Elissa Soberanes, estudiante de Arquitectura en la Benemérita Universidad de Puebla. Cruza las calles con un grupo de compañeros, tomando fotos y datos de las casas derruidas para determinar si son habitables, si bien el veredicto podría darse a simple vista: demolición completa. «Yo hago esto por empatía y porque esto no tiene nada que ver con política», dijo ella.

La destrucción de las casas que deja un sismo se parece en todas partes. Hay varillas que parecen de plástico, paredes vueltas polvo, hay muebles en cada esquina, lodo, recámaras sin paredes y colchas de lodo, mesas que sus propietarios sacan de las ventanas, álbumes familiares perforados por los trascabos y osos de peluche rescatados de los escombros.

Los propietarios miran sin dolor, pero sin esperanza, sin saber si les ayudarán a reconstruir algo. Y en medio de todo el derrumbe, el centro son los jóvenes que han peregrinado hasta acá. En lo que quedó de la Iglesia Presbiteriana Reformada de México Ebenezer llegó primero un estudiante de la Universidad Autónoma del Estado de México a quitar los escombros, luego se sumó un grupo de scouts, seguidos de estudiantes de la Universidad de Morelos y hasta un joven de la Universidad Autónoma Metropolitana.

«Aquí han venido hasta periodistas de Nueva York, pero menos el Gobierno, la única ayuda que tenemos es la de estos jóvenes», dijo el doctor Ángel Gutiérrez, cuyo consultorio de junto quedó destruido.

Fuente: Reforma.com.

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