NAUCALPAN.- Bastante se ha hablado en los últimos días del problema que aqueja a CU y la inseguridad en los alrededores de Acatlán.
El campus Acatlán de la UNAM tiene los mismos años que yo y es mi alma mater; por eso su historia me duele dos veces.
La Facultad da cuerpo y al mismo tiempo cobra vida por su gran comunidad de más de 22 mil personas, una auténtica colonia por su tamaño y las dinámicas que ahí se entrelazan.
Bastante se ha hablado en los últimos días del problema que aqueja a CU y la inseguridad en los alrededores de Acatlán.
Una autocrítica, sin embargo, hace falta para hablar de otras cosas que espesan el ambiente, situaciones adyacentes a los recientes hechos violentos (el asalto en que resultó una maestra herida de gravedad la semana pasada) y que no buscan, desde luego, responsabilizar a mi alma mater de la inseguridad allende su amarilla reja, pero es algo que incomodada por la displicencia con que se le trata.
En buena medida, la cordialidad con que se manejaba la vida académica en Acatlán antes de la huelga de 1999 desapareció tras ese movimiento estudiantil, y una ausencia de gobierno se cernió sobre el plantel cuando se repartieron parcelas de poder para regentar la operación de ambulantes dentro de la escuela.
No es un golpe de pecho ni una inquina contra la institución o algún compañero estudiante, docente o trabajador en general, es una franca preocupación por la complicidad en la violación al Estado de Derecho por obra (¿los ambulantes pagan algo a la escuela?) u omisión: aunque no paguen, han convertido en una medina los pasillos donde se hacía vida comunitaria académica.
Jugoso debe ser el negocio para algunos particulares, pues hoy, explanadas y pasillos están tomados por gente que vende discos, DVD’s y libros piratas, playeras, artesanías o comida. Antes, esta variopinta oferta estaba off shore, del otro lado del enrejado.
Una realidad que debería llamar más fuertemente la atención del director, Manuel Martínez Justo, pues normalizar la violación sistemática de las normas fomenta otras conductas. Y es más que obligado mencionar la ironía: la comunidad académica le cierra la puerta a la Policía, en nombre de la autonomía (cosa muy buena), pero no le preocupa abrirle paso al crimen organizado.
Entre el descontrol con que se ha tolerado a los ambulantes se mezcla, ya, la operación grupos delictivos de potencial más violento: asaltos, robos y menudeo son reportes frecuentes de alumnos y maestros.
Zarandear la institución y a las autoridades es lo que hace falta, pues el juramento que le hicimos a la facultad nos obliga a “querer, proteger y defender a la Universidad”.
No todo está perdido. En el libro recién publicado del ex Rector Juan Ramón de la Fuente a propósito de los males nacionales y mundiales (“La sociedad dolida. El malestar ciudadano”), cuyos editores me lo hicieron llegar ayer, el psiquiatra anota en la dialéctica intrínseca de las patologías, biológicas o sociales, un camino de sanación: “En el curso de toda enfermedad”, dice De la Fuente, “hay un momento de crisis y aunque ésta no es agradable, puede tener su vertiente positiva. (…) la pregunta es (…) si seremos capaces de revertir las tendencias que nos agobian”. Hay que usar la crisis para remontar, y hay que empezar por la casa.
Por Hugo Corso.
FUENTE: El Heraldo de México.